Si la década de los ochenta fue la década
perdida para América Latina, y los noventas una década de luces y sombras, la
pasada década ha sido denominada por la Comisión Económica Para América Latina
–CEPAL- como la década de las oportunidades.
Sin lugar a dudas el aumento
en la internacionalización de América Latina, la ampliación de tratados
comerciales, la mayor integración comercial con el resto del mundo, el
crecimiento de las exportaciones y la estabilidad macroeconómica han permitido
que América Latina se encuentre ante un panorama de oportunidades que para
muchos autores solo podrá hacerse realidad si se elimina uno de los mayores
frenos para el crecimiento y la productividad: el rezago en infraestructura,
puesto que el dinamismo comercial no podrá ser sostenible si no existe la
adecuada infraestructura que lo acompañe e incentive (Lucioni, L., 2009).
La carencia de
infraestructura no le permite a los países emergentes y en desarrollo
aproximarse a su nivel de crecimiento del PIB potencial de largo plazo y elevar
sus niveles de productividad y competitividad. La relación positiva entre
infraestructura y crecimiento económico ha sido evidenciada tanto teórica como
empíricamente en forma suficiente (Aschauer, 1998; Calderon y Serves, 2010).
Por tal razón, el rezago o carencia de
infraestructura se convierte en una de las barreras principales para el
crecimiento económico, además, que constituye un factor de permanencia de las
asimetrías regionales y un límite para el desarrollo económico local en cuanto
la infraestructura “condiciona y se adelanta en el tiempo a las inversiones
privadas en otros sectores”[1]
Para la actividad empresarial el rezago de infraestructura pública eleva los
costos de electricidad y los costos de transporte terrestre, así como limita y
encarece el acceso a puertos.
De acuerdo a los datos de
Calderon y Serves (2010) en el cuadro 1, América Latina tiene los peores
indicadores a nivel mundial en términos de infraestructura de
telecomunicaciones, carreteras rurales, electricidad, agua potable y
alcantarillado con respecto a cualquier otra región del mundo.
Tan solo el 46.6% de los
hogares en América Latina tienen acceso a un teléfono fijo, mientras en el
resto de países de ingreso medio esta cifra alcanza el 50.9% y en los países
industriales el 90.5%. En agua potable la cifra es del 79% y en alcantarillado
nuestro mejor indicador la cifra es de 93% mientras en los países industriales
estos dos servicios tienen cobertura completa.
Nuevamente, este rezago no
solo tiene impacto en la calidad de vida de la población sino que también frena
las oportunidades de crecimiento económico. Por ejemplo para el caso de Brasil
–el único país latinoamericano que hace parte de los BRIC’s (Brasil, Rusia,
India y China)- la brecha de infraestructura resultante de una inversión insuficiente durante un periodo prolongado, no
le ha permitido crecer a tasas superiores al 4% según datos de BBVA Research
(2011). Según el Foro Económico Mundial – WEF por sus
siglas en inglés- entre los mayores retos que enfrenta Brasil está la baja
calidad y desatención de su infraestructura de transporte (puesto 79) además de
la baja confianza en los políticos (puesto 121), baja regulación del gobierno
(puesto 144), gasto irracional de recursos públicos (puesto 135), entre otros
factores.
[1] Lucioni, L.
2009. La provisión de infraestructura en América Latina:
tendencias, inversiones y financiamiento. En Serie Macroeconomía para el
Desarrollo # 72. Pg. 7).